A finales de mayo o principios de junio, cuando las temperaturas diarias permanecen estable entre los 15º y 20º,  la vida toma forma y  los embriones de las flores se abren y esperan  ser polinizados por el viento y los insectos, para que más tarde se produzca la transformación de la inflorescencia en fruto, lo que llamamos “cuajado”. Este se completará en 2 o 3 semanas después de la floración.

Durante el "cuajado", los racimos que antes veíamos agrupados ahora aparecen claramente separados y podemos empezar a distinguir los granos que conformarán las uvas. 

Comienza su camino hacia la madurez.